sábado, 10 de enero de 2009

¿Por qué no cambiamos lo que no funciona?

El sistema monetario, creado por los grandes bancos internacionales, nos ha condenado a un materialismo intelectual que nos consume (pudre) desde dentro. Es un sistema que agota la esperanza de los seres humanos como raza y, con ella, agota también el mundo que habitamos. Hemos basado nuestra sociedad en la naturaleza humana más primaria y nos hemos olvidado del comportamiento, también humano, ético y decente. Somos competitivos hasta cruzar los límites de la corrupción y la mentira y, sobre estas líneas, hemos construido una sociedad de la que nos vanagloriamos tontamente. Hemos expulsado la confianza de nuestras relaciones sociales y en su lugar hemos implantado un extraño concepto de seguridad. La misma seguridad que resta derechos civiles y que malgasta recursos, que podrían dedicarse a resolver verdaderos problemas como el hambre, la pobreza o la enfermedad. Nos olvidamos de lo relevante porque nos enseñan a no cuestionar nada. Con ello, intercambiamos nuestro pensamiento crítico por más seguridad, la que proporciona un puesto de trabajo que asegure el dinero necesario para costearnos un estilo de vida. Es la esclavitud moderna, la esclavitud económica que genera el dinero. Y es algo incomprensible porque disponemos de la tecnología necesaria para automatizar múltiples procesos de producción, liberando así a la mano de obra y desterrando para siempre el dinero de nuestras vidas.
Pero preferimos malgastar nuestros esfuerzos y recursos en guerras, en destruir hasta lo más preciado e irremplazable: la vida y el medio ambiente. Para la puesta a punto de la bomba atómica, por ejemplo, Estados Unidos financió con un presupuesto sin límites a miles de científicos. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de encargarles un arma de destrucción masiva, les encomiendan desarrollar armas de crecimiento masivo? ¿Cómo sería el mundo ahora si ese grupo de profesionales hubiese recibido el cometido de construir una sociedad sostenible? Quizá, hoy, seríamos genuinamente libres e iguales, libres de la esclavitud del trabajo, de enfermedades, de la contaminación, de los accidentes de tráfico… Quizá, hubiéramos llegado a un mundo sin guerras, sin supuestos problemas de escasez y sin distinciones sociales.
Queda una solución. La más simple de todas: cambiar lo que no funciona. Hay que sustituir el sistema monetario vigente por una economía de recursos a escala global. El sistema monetario está basado en el dinero y la deuda, y fue fruto de un contexto histórico determinado. Este contexto ha quedado obsoleto y superado por la tecnología disponible, que es capaz de aportar la solución a los grandes problemas de nuestro tiempo: abastecimiento, energías renovables y no contaminantes, transporte eficiente… incluso la medicina se está beneficiando de la nanotecnología, sin olvidar el fin de la esclavitud moderna y de enfermedades endémicas como el hambre o la pobreza.
Ahora es el momento de cambiar, de pedirle a la clase científica que diseñe una sociedad mejor. La presente sólo sirve para perpetuar la guerra, la pobreza y la estratificación social, y con ellas el engaño masivo. No hay que olvidar que estos elementos existen por una única razón: porque son imprescindibles para la supervivencia de una élite (bancos), que corrompe todas las instituciones sociales (políticos, militares, la industria y la justicia, la enseñanza y la cultura…) con el único objetivo de mantener el status quo. Esto por no considerar que, la meta de esta siniestra élite, es completar la globalización hasta consolidar una dictadura mundial.
Desde la religión, comienza un mensaje que nos manipula hasta volvernos dóciles y sumisos ante una idea jerárquica del poder. Por su parte, la educación sólo produce individuos capaces de ocupar un puesto de trabajo, pero incapaces de desarrollar un pensamiento crítico. Todo está diseñado para que nadie cuestione el orden de las cosas, aunque se llegue a la conclusión de que ese orden es incorrecto. En el mercado laboral, sin ir más lejos, asumimos con naturalidad la competencia con nuestros semejantes y, en el mundo empresarial o de la política, esa misma competencia no titubea a la hora de traspasar los límites de la corrupción. Hasta los medios de comunicación sirven para aterrorizar a la sociedad de consumo, que reacciona como se espera: consumiendo hasta ridiculizar los conceptos imposible e innecesario. Nos tragamos lo que sea con tal de poder seguir comprando cosas, desde bienes y servicios hasta diversión, que también está a la venta.
Una vez más, olvidamos o nos hacen olvidar lo relevante.

*Los posos que dejó Zeitgeist

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