jueves, 19 de febrero de 2009

Una calle Obra de Dios

Zaragoza tendrá* una calle con el nombre de Jose María Escrivá (de Balaguer) Alvás, el santo y fundador de la secta Opus Dei (Obra de Dios). Así lo ha querido el alcalde de esta ciudad, al que le ha dado por mear encima de su propio partido, el PSOE, y de paso salpicar a la Ley de Memoria Histórica. "El aragonés más importante de la segunda mitad del siglo XX y de mayor proyección internacional, exceptuando a Luis Buñuel", ese es Escrivá para Juan Alberto Belloch que, de haber sido Papa, también le habría turbosantificado como Juan Pablo II.
Los inicios del Opus Dei están en Madrid. Aquí llegó Escrivá en tiempos de la II República como sacerdote y abrió la academia DYA (Derecho y Arquitectura), una tapadera para el adoctrinamiento cristiano. Incluso, consiguió que sus alumnos y primeros seguidores comulgaran con el masoquismo de las “mortificaciones” a base de cilicios en los muslos y latigazos en las nalgas.
Con el estallido de la Guerra Civil logró huir a Burgos, donde Franco había instalado la capital de los sublevados. “Escrivá regresa a Madrid el 28 de abril de 1939, en un camión militar, junto con las tropas franquistas que ocuparon ese mismo día la ciudad. En 1940 (...) le concedieron el cargo de miembro del Consejo Nacional de Educación y el puesto de profesor de Ética y Deontología en la Escuela Oficial de Periodismo.” (Wikipedia).
Pero en Madrid poco podía hacer por la expansión e internacionalización del Opus, así que se trasladó a Roma concluida la II Guerra Mundial. Del Vaticano llegó al resto del mundo (el Opus actualmente suma unos 80.000 miembros) con un mensaje que incluía la pasión por la obediencia, el amor al dolor y al sufrimiento (castigo moral y físico autoinflingido), sin olvidar la subordinación de la mujer al varón.



*El alcalde de Zaragoza ha rectificado...
http://www.heraldo.es/index.php/mod.noticias/mem.detalle/idnoticia.39409/relcategoria.305//

lunes, 16 de febrero de 2009

Napoleón contra el filósofo comunista

Napoleón Bonaparte, autor del primer Imperio francés, tuvo por enemigo a cualquiera con un punto de vista diferente al suyo. Después de bombardear París "para pacificarla", puesto que era un hervidero en plena República, empezó a imponer su modelo de estado dictatorial (primero con el Directorio, luego con el Consulado y finalmente con el Imperio), basado en el control y el mensaje único. Devolvió la calma a la Francia revolucionaria mediante la represión militar y policial (mano dura), además de incautar todos los periódicos, cerrar clubes...
Tras el cierre del Club del Panteón, François Noël Babeuf, uno de sus integrantes y considerado también uno de los precursores del comunismo, “creó un comité de insurrección secreto compuesto por siete miembros, entre los que se encontraban él mismo y Darthé y lanzó una campaña de publicidad destinada a agitar a las clases populares. La campaña debía terminar con un levantamiento, la Conspiración de los Iguales (primavera de 1796), que pretendía derrocar al Directorio y poner en vigor la Constitución de 1793, que nunca había sido aplicada. Pero el Directorio está informado al detalle de la conspiración y los conjurados son detenidos por la policía. Babeuf es ejecutado el 27 de mayo de 1797 en Vendôme.” (Wikipedia).
No fue el único pensador que corrió la misma suerte. Ya autoproclamado Napoleón I, había comenzado su expansión por Europa y acababa de nombrarse “protector” de la Confederación del Rhin (germen de la actual Alemania); impuso a los alemanes normas administrativas (fin del feudalismo) y de tipo cultural, como la oficialidad de la lengua francesa y alemana. Surgieron voces en contra. Una fue la de Johann Philipp Palm, que imprimió panfletos en los que argumentaba que la invasión francesa se debió a la poca cultura democrática de los alemanes; emulando a Lutero con sus 95 Tesis, se fue a Wittenberg a repartir estas hojas antinapoleónicas… el emperador francés ordenó su detención y el librero alemán fue ejecutado en Braunau en 1806 (la ciudad donde Hitler nacerá 83 años después).

domingo, 8 de febrero de 2009

El millón de ejemplares

A principios del siglo XX, los grandes periódicos de Europa y Estados Unidos superaron la histórica tirada del millón de ejemplares. De repente (en realidad no tanto, antes tuvieron que darse condicionantes como la industrialización, la alfabetización en masa y la educación obligatoria, la secularización de la sociedad, los avances tecnológicos como los cables submarinos, que alumbraron las agencias informativas o el fin del control gubernamental sobre los periodistas), pues, no tan de repente, la prensa de grandes tiradas se había convertido en un negocio muy lucrativo e influyente. Los medios de comunicación se habían constituido como centrales de pensamiento y opinión. Se estaba levantando un gigante, la empresa informativa, con una fuerza real en la sociedad capitalista capaz de mover millones de voluntades hacia un mismo destino. En seguida, todos los que tenían un especial interés en decir esto o aquello, se dieron cuenta de que la prensa era un arma peligrosa...
Pocos años después del millón de ejemplares, empezaron a surgir voces (Peterson y la Teoría de la Responsabilidad Social, Rivers y Schramm, entre otros), que elevaban una crítica feroz contra este “nuevo periodismo”. Estos autores acusaban a los medios de comunicación (de masas) de divulgar opiniones particulares, de servir a los grandes intereses económicos, de resistirse al cambio social, de invadir, sin justificación, la privacidad de los individuos, de prestar más atención a lo superficial y sensacionalista que a lo significativo y, sobre todo, de estar controlados por la clase dirigente. Con ello, pusieron en peligro el derecho de los ciudadanos a recibir una información veraz y descuidaron su tarea de controlar a los poderes públicos. Actualmente, cuando queda tan lejos la Edad de Oro del periodismo, esta crítica parece seguir siendo válida.